Entre largas descripciones y pocos diálogos, Juan García Ponce conduce a su lector por un cuento que narra los fines de semana cotidianos de una pareja de amigos. Siempre con hincapié en la relación existente entre ambos y todos los objetos y lugares que los rodean.
Durante la lectura se sumerge en un tiempo, por describirlo de algún modo, estático. D, el protagonista, es de personalidad reflexiva, se introduce una y otra vez a la contemplación de la habitación donde él y su amiga pasan los domingos sin nada más que hacer que dejar pasar las horas en la cama, o realizando tareas mínimas y básicas como leer el periódico o preparar algo de comida.
Asimismo, su amiga, de quien nunca se conoce el nombre, vive en la diégesis para postrarse en la cama, dormitar encima de las sábanas durante un largo tiempo y dejar que D la admire desnuda e inmóvil hora tras hora, mientras el pequeño gato gris recorre la cama y explora los rincones del cuerpo de la mujer.
El gato, el edificio y sus pasillos, los muebles, todos los objetos pertenecientes a la narración entran en la dinámica del tiempo estático. El gato, dice García Ponce “con su figura frágil y delicada de gato niño que nunca va a crecer y sin embargo no necesita a nadie”, o el edificio, donde su estética arquitectónica y los muebles de la recepción menciona, son “ajenos al paso del tiempo”. Resaltan este aspecto, en el cual el tiempo sin un principio claro y menos un final definido, es la característica primordial.
Así se recorren los párrafos, juega con la percepción del transcurso de los minutos, las horas, los días y las semanas. La descripción detallada de los elementos envuelve al lector en una atmósfera, donde todos los detalles son importantes, tanto los físicos como los emocionales. Todo con el objetivo de comprender el interior y los sentimientos de los personajes.
La homogeneización de los elementos: la pared, la ventana, el viento, la luz dentro de la habitación, la cama donde D, su amiga y el gato conviven, todos se convierten en una sola imagen equilibrada, donde ningún elemento puede faltar porque perdería su sentido. Cada uno se vuelve un componente esencial, esto provoca en el imaginario una escena completa, todo parece encontrarse en armonía, lo cual genera una sensación de plenitud al momento de la lectura.
En este sentido, la condición para que un elemento se transforme en una pieza indispensable en el rompecabezas es la constancia. La cotidianidad permite su conversión a una parte de la totalidad. Ejemplo de ello es el gato, siempre parte del edificio donde vive D, se introduce a la existencia necesaria de él y su amiga, al aparecer en su apartamento con cierta frecuencia.
A partir de este estilo, García Ponce invita a conocer a sus personajes en un sentido interiorista, la atmósfera y las acciones realizadas por sus protagonistas hacen intuir cómo se siente D con respecto a su amiga, y su amiga con respecto al gato, y ambos con respecto a su vínculo con el gato.
La belleza del cuento radica en su estilo para contar acontecimientos, que a primera vista podría decirse contienen nula trascendencia, por no contar grandes hazañas o hechos relevantes para el transcurso o destino de una persona, un país, una comunidad. Pero que exponen las necesidades más profundas del interior humano, los pensamientos, los miedos, las obsesiones y sobre todo, los sentimientos consecuencia de las personas y el entorno en donde se desarrolla cada individuo.