Es martes por la noche, tiempo de recreación para aquellos en busca de emociones fuertes y espectáculos dinámicos y coloridos. La lucha libre representa una tradición deportiva desde hace más de cincuenta años para los mexicanos, quienes le dieron el toque del folclore con sus máscaras creativas, los vestuarios en mallas y capas a juego con las personalidad de cada luchador. Causa por la cual, un número considerable de turistas asiste a la fiesta de voladores y caídas que se presenta en uno de los recintos más significativos de este deporte, la Arena México.
El juego de luces ilumina los rostros de los espectadores a lo largo y ancho de las butacas, el cual anuncia el comienzo de la función, que equivale a una serie de seis batallas entre los técnicos y los rudos. La función de los primeros y los segundos gladiadores pasa desapercibida ante los fanáticos, familias, amigos y extranjeros que se acomodan poco a poco en los lugares designados, mientras los vendedores de palomitas, refrescos y por supuesto, máscaras, compiten en un duelo feroz a voces con el murmullo de los asistentes.
La lucha más mexicana
Colores fluorescentes vuelan, salen del cuadrilátero, regresan, es Guerrero Maya en sus mallas con símbolos prehispánicos, se enfrenta al norteño Boby Zavala, quien con sus vaqueros con faldilla color café y vivos azules con diamantina, lo levanta, lo empuja y termina por lanzarlo fuera del ring. El enfrentamiento de los representantes del sur y el norte del país, respectivamente, asombra a los espectadores extranjeros, quienes disfrutan de los estereotipos más representativos de ambas regiones mexicanas, todo esto mientras un guía de cabello corto y castaño con lentes de pasta negra y rostro de conocedor, le explica la temática del deporte en inglés a una pareja de rubios turistas que asientan con la cabeza y señalan a los enmascarados.
La euforia invade el recinto, mientras la Porra Tepito reclama su protagonismo durante el combate; conformada por unos diez personajes entre jóvenes de aproximadamente veinte años y adultos de unos cuarenta y tantos, colocan sus cornetas en lo alto de la malla que divide al preferente de la sección en la pista, agitan sus luces de neón azul y golpean su tambor con tapa rota para incrementar la emoción ante los más folclóricos y muy mexicanos luchadores.
El dueño del tambor le pide a su hija de unos seis años, que le pase el brassier copa “D” para gritarle de insultos a Misterioso, el luchador más corpulento y alto de los seis que se encuentran en plena batalla; el padre se pone de pie y le indica a sus compañeros de porra, con un conteo hasta tres, que es momento de evocar el nombre del luchador perteneciente a los rudos. Gritan - ¡Misterioso, Misterioso! - el corpulento hombre voltea a la zona donde provienen los gritos y al momento cuando las luces alumbran los rostros de la Porra Tepito, el padre con el sostén en el pecho hace una danza efusiva y los amigos gritan -¡Vas y chingas a tu madre!-. El hombre del brasier se pavonea para hacer mofa al atributo más sobresaliente del Misterioso, sus pectorales, este hecho desata las carcajadas de los espectadores cercanos a la porra y el evidente enojo del luchador, quien les lanza una señal retadora.
Más tamborazos, más chiflidos y más insultos incrementan la emoción del público, ven las fabulosas caídas de Pólvora, el rudo que se presentó con sombrero de palma y ala ancha, así como vistiendo su carrillera con balas, accesorios característicos del mexicano revolucionario. Hasta este punto, los gritos crecen conforme los luchadores se enfrentan, vuelan y hacen piruetas, caen una vez los técnicos, los rudos dos más.
El tiempo deja a los rudos cerca de la lona, la victoria de los técnicos se aproxima al acorralar a Pólvora, Boby Zavala y Misterioso en la valla que divide en línea delgada, a la primera fila del cuadro donde se lleva a cabo la lucha. En formación paralela Delta, Stuka y Guerrero Maya toman vuelo desde arriba del cuadrilátero para rematar a sus contrincantes sin salida, los tres técnicos salen disparados por el aire, cual balas apunto de matar, para noquear a los rudos quienes solo esperan el golpe final.
Las horas parecen no haber transcurrido, el mundo alterno y el estado catatónico de los fanáticos a la lucha libre está por terminar, no sin antes ver al más esperado de toda la noche, Místico, quien se lleva toda las ovaciones al momento de su entrada y durante su combate con Averno. Sin embargo, su conexión con el público no es suficiente para demostrar su habilidad en el ring, ya que el equipo de los rudos termina por apalearlo hasta el grado de dejarlo fuera del cuadrilátero la mayor parte de la lucha.
Si bien parece que las ovaciones, tanto de la Porra Tepito como de la mayor parte del público de la Arena México, son para el técnico esto no es suficiente para asegurar su victoria en la batalla. Lo levantan, lo golpean, lo voltean boca abajo y lo lanzan por lo aires, lo acorralan, es el fin de su identidad secreta, le desgarran la máscara, todo se acabo.
Un tanto decepcionados, los fanáticos de Místico salen por los pasillos del antiguo templo de la lucha libre, el éxtasis llegó a su fin, como sea es martes por la noche y se debe regresar temprano a casa, hay escuela por la mañana para los niños y trabajo para los adultos, de vuelta al mundo real.
El juego de luces ilumina los rostros de los espectadores a lo largo y ancho de las butacas, el cual anuncia el comienzo de la función, que equivale a una serie de seis batallas entre los técnicos y los rudos. La función de los primeros y los segundos gladiadores pasa desapercibida ante los fanáticos, familias, amigos y extranjeros que se acomodan poco a poco en los lugares designados, mientras los vendedores de palomitas, refrescos y por supuesto, máscaras, compiten en un duelo feroz a voces con el murmullo de los asistentes.
La lucha más mexicana
Colores fluorescentes vuelan, salen del cuadrilátero, regresan, es Guerrero Maya en sus mallas con símbolos prehispánicos, se enfrenta al norteño Boby Zavala, quien con sus vaqueros con faldilla color café y vivos azules con diamantina, lo levanta, lo empuja y termina por lanzarlo fuera del ring. El enfrentamiento de los representantes del sur y el norte del país, respectivamente, asombra a los espectadores extranjeros, quienes disfrutan de los estereotipos más representativos de ambas regiones mexicanas, todo esto mientras un guía de cabello corto y castaño con lentes de pasta negra y rostro de conocedor, le explica la temática del deporte en inglés a una pareja de rubios turistas que asientan con la cabeza y señalan a los enmascarados.
La euforia invade el recinto, mientras la Porra Tepito reclama su protagonismo durante el combate; conformada por unos diez personajes entre jóvenes de aproximadamente veinte años y adultos de unos cuarenta y tantos, colocan sus cornetas en lo alto de la malla que divide al preferente de la sección en la pista, agitan sus luces de neón azul y golpean su tambor con tapa rota para incrementar la emoción ante los más folclóricos y muy mexicanos luchadores.
El dueño del tambor le pide a su hija de unos seis años, que le pase el brassier copa “D” para gritarle de insultos a Misterioso, el luchador más corpulento y alto de los seis que se encuentran en plena batalla; el padre se pone de pie y le indica a sus compañeros de porra, con un conteo hasta tres, que es momento de evocar el nombre del luchador perteneciente a los rudos. Gritan - ¡Misterioso, Misterioso! - el corpulento hombre voltea a la zona donde provienen los gritos y al momento cuando las luces alumbran los rostros de la Porra Tepito, el padre con el sostén en el pecho hace una danza efusiva y los amigos gritan -¡Vas y chingas a tu madre!-. El hombre del brasier se pavonea para hacer mofa al atributo más sobresaliente del Misterioso, sus pectorales, este hecho desata las carcajadas de los espectadores cercanos a la porra y el evidente enojo del luchador, quien les lanza una señal retadora.
Más tamborazos, más chiflidos y más insultos incrementan la emoción del público, ven las fabulosas caídas de Pólvora, el rudo que se presentó con sombrero de palma y ala ancha, así como vistiendo su carrillera con balas, accesorios característicos del mexicano revolucionario. Hasta este punto, los gritos crecen conforme los luchadores se enfrentan, vuelan y hacen piruetas, caen una vez los técnicos, los rudos dos más.
El tiempo deja a los rudos cerca de la lona, la victoria de los técnicos se aproxima al acorralar a Pólvora, Boby Zavala y Misterioso en la valla que divide en línea delgada, a la primera fila del cuadro donde se lleva a cabo la lucha. En formación paralela Delta, Stuka y Guerrero Maya toman vuelo desde arriba del cuadrilátero para rematar a sus contrincantes sin salida, los tres técnicos salen disparados por el aire, cual balas apunto de matar, para noquear a los rudos quienes solo esperan el golpe final.
Las horas parecen no haber transcurrido, el mundo alterno y el estado catatónico de los fanáticos a la lucha libre está por terminar, no sin antes ver al más esperado de toda la noche, Místico, quien se lleva toda las ovaciones al momento de su entrada y durante su combate con Averno. Sin embargo, su conexión con el público no es suficiente para demostrar su habilidad en el ring, ya que el equipo de los rudos termina por apalearlo hasta el grado de dejarlo fuera del cuadrilátero la mayor parte de la lucha.
Si bien parece que las ovaciones, tanto de la Porra Tepito como de la mayor parte del público de la Arena México, son para el técnico esto no es suficiente para asegurar su victoria en la batalla. Lo levantan, lo golpean, lo voltean boca abajo y lo lanzan por lo aires, lo acorralan, es el fin de su identidad secreta, le desgarran la máscara, todo se acabo.
Un tanto decepcionados, los fanáticos de Místico salen por los pasillos del antiguo templo de la lucha libre, el éxtasis llegó a su fin, como sea es martes por la noche y se debe regresar temprano a casa, hay escuela por la mañana para los niños y trabajo para los adultos, de vuelta al mundo real.