Son las 12:30 del día. Una puerta blanca se desliza para dar acceso al siguiente conjunto de espectadores que han esperado desde las 9:00 a.m. para ver a la tan mencionada y extra fotografiada exposición del Museo Tamayo, Obsesión Infinita de Yayoi Kusama.
Tres horas y media de espera es el tiempo promedio para entrar, la fila llega a la esquina de Paseo de la Reforma y Gandhi cuando son las 9:10 y los vendedores ambulantes de tamales, churros, tortas y tacos de canasta comienzan la venta. El vendedor de jugos se persigna mientras el cliente le paga el primero de muchos jugos de fruta para todos los que no desayunaron antes de formarse.
En nueve salas se presenta una retrospectiva de la obra de la artista japonesa, gran representante de la psicodelia, el Pop Art y el minimalismo durante los años sesenta. De manera cronológica se expone su evolución artística, además de contar con publicidad de la época promocionando sus happenings, fotografías familiares, cartas y muchas publicaciones acerca de Kusama. Quien trabajó con esculturas, pinturas, collage, videos y vestido; todo de patrones con colores estridentes, así como sus famosos espacios cerrados (instalaciones) que tienden a la sensación de infinito.
Las filas y las aglomeraciones son recurrentes en las tres instalaciones:
En la primera de nombre Phalli's Field (1965), el público se enfila para entrar al cuarto, unos veinte esperan su entrada de cinco en cinco mientras la persona de seguridad advierte que la permanencia máxima es de 40 segundos y les suplica tener cámara en mano y fotografías sin flash. Al entrar, la sensación de reproducción de uno mismo frente a los espejos es inevitable. Apreciarla resulta difícil, ya que otros asistentes tratan de tomar selfies en un espacio donde apenas caben 4 personas sin moverse, diez segundos después se está fuera. Cabe resaltar que como el tiempo es escaso unos amigos tratan de formarse una vez más al revisar que su fotografía no resulto como lo esperaban, sin embargo una segunda oportunidad es imposible, el recorrido debe continuar para evitar contingencias.
El segundo, llamado I’m here but Nothing, transporta a los asistentes a un mundo de luz negra y puntos fluorescentes. Una habitación con sala-comedor, donde existe una televisión, algunos libreros, un tocadiscos y una cómoda con teléfono se ve invadida de personas encantadas por el color y los efectos que crea la ropa bajo la luz negra. Una joven de cabello color rosa con amarillo nota que éste brilla y decide tomarse una foto frente al espejo al final de la habitación.
Por último, Infinity Mirror Room, sitio donde la fila gobierna una vez más el pasillo. Los espejos sumados a un cuarto oscuro con luces de LED que cambian de color, trasporta a los sujetos directo a un espacio extraterrestre, más fotografías y expresiones de asombro se escuchan sin cesar.
Sin embargo, las instalaciones no son las únicas que provocan en el espectador sensaciones visuales inmediatas. Sus tres salones de pinturas dejan ver los efectos tridimensionales al apreciarlas desde cierta distancia. Los contrastes entre los colores fríos y los cálidos fosforescentes impactan en la vista y marean a quienes se encuentran de frente a la pintura. Una joven que se talla los ojos por el efecto anterior se acerca a verificar si la obra realmente está en un plano de dos dimensiones.
Esto deja claro que el trabajo de la nipona contacta directamente con los sentidos del público. La mayoría sale satisfecho, ya sea quien se tomó su tiempo para apreciar y leer acerca de la expresión artística a causa de la locura de Yayoi Kusama, o quien sólo fue a capturar la mayor cantidad de auto fotografías en los espacios "bonitos" a la vista, todos logran su objetivo.
El Museo Tamayo también salió victorioso, al atrapar a sus víctimas a través de lo visual de la exposición, gracias a la enorme publicidad que se le dio en publicaciones de forma física y electrónica, rindió fruto con un aproximado de más de 317 mil visitas.
Tres horas y media de espera es el tiempo promedio para entrar, la fila llega a la esquina de Paseo de la Reforma y Gandhi cuando son las 9:10 y los vendedores ambulantes de tamales, churros, tortas y tacos de canasta comienzan la venta. El vendedor de jugos se persigna mientras el cliente le paga el primero de muchos jugos de fruta para todos los que no desayunaron antes de formarse.
En nueve salas se presenta una retrospectiva de la obra de la artista japonesa, gran representante de la psicodelia, el Pop Art y el minimalismo durante los años sesenta. De manera cronológica se expone su evolución artística, además de contar con publicidad de la época promocionando sus happenings, fotografías familiares, cartas y muchas publicaciones acerca de Kusama. Quien trabajó con esculturas, pinturas, collage, videos y vestido; todo de patrones con colores estridentes, así como sus famosos espacios cerrados (instalaciones) que tienden a la sensación de infinito.
Las filas y las aglomeraciones son recurrentes en las tres instalaciones:
En la primera de nombre Phalli's Field (1965), el público se enfila para entrar al cuarto, unos veinte esperan su entrada de cinco en cinco mientras la persona de seguridad advierte que la permanencia máxima es de 40 segundos y les suplica tener cámara en mano y fotografías sin flash. Al entrar, la sensación de reproducción de uno mismo frente a los espejos es inevitable. Apreciarla resulta difícil, ya que otros asistentes tratan de tomar selfies en un espacio donde apenas caben 4 personas sin moverse, diez segundos después se está fuera. Cabe resaltar que como el tiempo es escaso unos amigos tratan de formarse una vez más al revisar que su fotografía no resulto como lo esperaban, sin embargo una segunda oportunidad es imposible, el recorrido debe continuar para evitar contingencias.
El segundo, llamado I’m here but Nothing, transporta a los asistentes a un mundo de luz negra y puntos fluorescentes. Una habitación con sala-comedor, donde existe una televisión, algunos libreros, un tocadiscos y una cómoda con teléfono se ve invadida de personas encantadas por el color y los efectos que crea la ropa bajo la luz negra. Una joven de cabello color rosa con amarillo nota que éste brilla y decide tomarse una foto frente al espejo al final de la habitación.
Por último, Infinity Mirror Room, sitio donde la fila gobierna una vez más el pasillo. Los espejos sumados a un cuarto oscuro con luces de LED que cambian de color, trasporta a los sujetos directo a un espacio extraterrestre, más fotografías y expresiones de asombro se escuchan sin cesar.
Sin embargo, las instalaciones no son las únicas que provocan en el espectador sensaciones visuales inmediatas. Sus tres salones de pinturas dejan ver los efectos tridimensionales al apreciarlas desde cierta distancia. Los contrastes entre los colores fríos y los cálidos fosforescentes impactan en la vista y marean a quienes se encuentran de frente a la pintura. Una joven que se talla los ojos por el efecto anterior se acerca a verificar si la obra realmente está en un plano de dos dimensiones.
Esto deja claro que el trabajo de la nipona contacta directamente con los sentidos del público. La mayoría sale satisfecho, ya sea quien se tomó su tiempo para apreciar y leer acerca de la expresión artística a causa de la locura de Yayoi Kusama, o quien sólo fue a capturar la mayor cantidad de auto fotografías en los espacios "bonitos" a la vista, todos logran su objetivo.
El Museo Tamayo también salió victorioso, al atrapar a sus víctimas a través de lo visual de la exposición, gracias a la enorme publicidad que se le dio en publicaciones de forma física y electrónica, rindió fruto con un aproximado de más de 317 mil visitas.